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lunes, 20 de septiembre de 2021

La adicción al 'Fortnite', similar a la del alcohol o las drogas: "Tuvimos que ingresar al chico, no había otra forma" #favoryto

El caso era el siguiente: un adolescente de 15 años pierde el control y llega a jugar hasta 18 o 20 horas al día a Fortnite. Apenas se relaciona o duerme; pasa noches en vela haciendo "kills". El videojuego, uno de los más exitosos entre niños y adolescentes, llegó a ser tan importante en su vida que sus amigos dejaron de verle, igual que los profesores de instituto. Llegó un momento en que el absentismo escolar era total y la irritabilidad, casi la única forma de relacionarse.

Esta dependencia absoluta no ocurrió de repente. Empezó dedicándole unas horas hasta que, poco tiempo después, el videojuego -cuyo único objetivo consiste en matar y sobrevivir- fue invadiendo más y más parcelas de su vida. El Fortnite se convirtió en lo único importante. "Las preocupaciones del chico giraban en torno a los retos del videojuego, a las pantallas en las que se había quedado, lo que le quedaba por hacer...", detalla a 20minutos.es Matías Real, uno de los especialistas encargados de la recuperación del joven en el hospital provincial de Castellón.

El caso, aunque se ha hecho público hace unos días, llegó a sus manos en 2019, cuando la familia, consciente de que el juego había dominado totalmente la vida del adolescente, buscó una solución a la desesperada. Ahí empezó una terapia psicológica diaria, un proceso que terminó siendo largo.

"El caso se abordó como muchas veces se hace con otro tipo de adicciones", añade Real. "Primero se intenta hacer el manejo a nivel ambulatorio. Se firma un contrato terapéutico con el paciente en el que se negocian las horas que se va a jugar, se limita y se reduce su uso. Pero, después de varios intentos, de ver que todo fracasaba, vimos que la única solución era programar un ingreso para garantizar de manera efectiva la separación de las pantallas y del Fortnite. Tuvimos que ingresarle, no era posible hacerlo de otra forma".

Así, la prioridad estaba clara: había que extirpar el videojuego de su vida, hospitalizarlo para alejarle de él como a un alcohólico se le aleja de la botella. Porque la suya, la adicción a las pantallas, "comparte características con el resto de adicciones, como al alcohol o las drogas", aunque tiene una peculiaridad: mientras que la droga hay que salir a buscarla, su 'chute' lo tenía en casa, en televisiones, tablets y teléfonos móviles (Fortnite permite el acceso desde distintas plataformas). Por eso, el proceso de desintoxicación alcanzó los dos meses, "un periodo de tiempo más largo si se compara con las desintoxicaciones de otras adicciones".

El joven, según cuenta Real, aceptó el ingreso y colaboró, aunque no fue un proceso fácil, más que nada porque no percibía la realidad como el resto. "Él sabía la cantidad de horas que jugaba, pero no era consciente de que eso tenía repercusiones negativas en su día a día. Y las tenía". Con el tiempo, con mucha terapia, se dio cuenta de que había vivido a través del mando. "Tras aumentar su conciencia del problema, el paciente cerró su cuenta del juego poniendo mucha resistencia previa", escribe Real junto al resto del equipo en la revista de Psiquiatría Infanto-juvenil.

La terapia psicológica permitió entender, además, qué había llevado a este adolescente de 15 años a refugiarse detrás del videojuego. La adicción era la superficie, pero rascando se llegaba al problema: un duelo complicado por la muerte de la madre, fallecida tras más de dos años de lucha contra el cáncer. Su historia no es casual.

"Cuando hablamos de adicciones en general, hay que intentar buscar si ese comportamiento es la forma que ha encontrado la persona de manejar ese malestar intenso que tiene", explica Real en conversación telefónica. "Hemos atendido a víctimas de acoso, bullying o algún tipo de abuso, a pacientes que tienen depresión primaria, a quienes los videojuegos les permiten distanciarse y anestesiar las emociones desagradables porque están diseñados para liberar dopamina, te hacen sentir bienestar y te aíslan del resto de tu día a día, que es donde estás sintiendo esos problemas. Teníamos que encontrar una alternativa para cuando se sintiera así".

Superada la primera fase, la de vivir alejado del videojuego y de su entorno y la de entender la complejidad del problema, llegó la segunda: recuperar hábitos, coger una rutina saludable, trabajar a nivel emocional, así como la comunicación y la asertividad. "Cuando uno lleva tanto tiempo sin relacionarse de una manera adecuada con la gente, luego tiene preocupaciones de si podrá o no hacerlo bien".

Así, aún en el hospital, empezó a recibir visitas de su círculo mas íntimo. Y, un poco más adelante, le permitieron hacer pequeñas 'excursiones': del hospital a casa, de casa al hospital.

El mayor reto fue llegar a la habitación, el lugar hostil donde se había desarrollado la adicción... y al que iba a tener que volver. Eso sí, limpio. "Nosotros sabíamos, igual que él, que era una situación que le podía provocar malestar. Por eso el proceso se fue alargando, se tenía que acostumbrar".

Tras dos meses de ingreso total y terapia, llegó la recompensa: el alta. Pero el camino no acababa ahí. "Un adicto lo es siempre", asegura el doctor, "de ahí que trabajáramos las características de determinados videojuegos que los hacen más potencialmente adictivos que otros, como es el caso del Fortnite, para evitarlos".

Su objetivo, sin embargo, nunca fue que no volviera a ponerse delante de una pantalla, "imposible" en el siglo XXI, más aún si se trata de un adolescente, sino hacerlo saludablemente. Por ello, se le fueron introduciendo progresivamente las pantallas. Primero de forma supervisada y controlada con una finalidad lúdica, para poder retomar el contacto con los amigos. Con los meses, se le permitió acceder a otras.

"No se puede aspirar a que no acceda nunca más a las pantallas, pero sí se debería evitar el acceso a determinados juegos de determinadas características y en este caso concreto lo adecuado sería que no volviese a jugar al Fortnite". Esos son sus deberes: no hacerlo nunca más. Y, aunque no es fácil ("En el mundo de las adicciones, no son infrecuentes las recaídas"), de momento ha conseguido mantener bien lejos ese juego que se convirtió en su droga. Y ya hace dos años de aquello.



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